Fundamentación
La producción de las industrias culturales implica una incesante elaboración de símbolos, saberes, ideas, identidades.
En el consumo de las industrias culturales circula la expresión y reconfiguración de nuestras identidades y subjetividades.
En ellas se expresan y dinamizan los valores identitarios de nuestra Sociedad. Son la expresión de la Cultura en movimiento,
de fluidez y de intercambio, de colaboración y disputa.
Las industrias culturales representan también un sector económico que genera empleo, se integra en múltiples cadenas de valor, utiliza tecnología avanzada y colabora entrecruzando creatividad, innovación y nuevos desarrollos técnicos, y promueve intensamente la diversificación de los bienes y servicios exportados. Las industrias culturales son un sector económico relevante en la economía del país al aportar cerca del 4% del PBI y proveer trabajo a más de 500 mil personas.
Esta doble caracterización de las industrias culturales, a la vez, productoras y distribuidoras de bienes simbólicos, gestoras de creatividades intangibles y protagonistas indisociables de todo intercambio de servicios y bienes culturales transables, las impone en un lugar preeminente entre los sectores estratégicos. La configuración que adquiere el sector de las IC influye de manera decisiva en la forma de transitar la Historia, de preservar, interpretar y promover el acceso a símbolos, emblemas, ideas, costumbres y tradiciones de una Sociedad. El entramado de implicancias económicas, sociales y políticas que, al mismo tiempo, determina y es determinado por el devenir de las IC, otorga a éstas un valor epicéntrico en el mapa de actores sociales responsables del acervo cultural de los pueblos. Un acervo dinamizado, mantenido, reproducido y accedido en gran medida a través de las formas expresivas, de las estéticas, narrativas y tecnologías que configuran los procesos de producción y distribución de los servicios y bienes de las IC.
Las diversas transformaciones del sector, particularmente sensible a las políticas públicas, conllevan una metamorfosis de profundo significado para todos los eslabones de la cadena de valor, integrándolos de manera hasta ahora desconocida. Así, el anteriormente destinatario o consumidor, ha devenido en un sujeto de habla, de expresión y participación. Simultáneamente a los procesos evolutivos de los medios masivos de comunicación, se han exacerbado los intercambios de producción sustentados en trabajos colaborativos, comunitarios, autogestionados. Lo que antes existió en la periferia del sistema de las IC representa actualmente un fenómeno susceptible de transformar cada vez mas las formas de producir, distribuir, intercambiar y consumir productos y servicios de la cultura. La producción y distribución de objetos y bienes culturales, libros, música, películas, series de televisión, medios digitales, videojuegos, representaciones escénicas, estéticas plásticas, o indumentaria, ya no se encuentran circunscriptas a las esferas legitimadas por cánones exclusivos y circuitos referenciales de la Cultura de elite. Miles de ciudadanos organizan de manera autogestionada, festivales, desarrollos digitales y videojuegos, revistas y otros medios impresos, talleres colaborativos de diseño y actividades de producción artesanal, todo ello bajo formas alternativas y comunitarias escasamente repertoriadas.
Son muchos los proyectos generados por colectivos artísticos o pequeñas empresas que intentan crecer con nuevas propuestas estéticas y culturales pero sin herramientas profesionales que les permitan instalarse en medio de unos mercados concentrados y muy competitivos.
Estos proyectos nacidos más por necesidad de comunicar algo a la Sociedad que por fines comerciales, deben contar con recursos creativos y técnicos, métodos de trabajo y saberes de gestión, elementos determinantes para la sustentabilidad. Revistas culturales, productoras audiovisuales, grupos y productoras musicales, editoriales, salas y elencos de las artes esencias, diseñadores, entre otros, son la garantía de una Cultura en movimiento, ligada a lo popular y sosteniendo la identidad y la soberanía cultural.
El carácter de “valor agregado intensivo” de estas actividades fortalece la perspectiva de un sector con fuerte potencial en tanto motor del desarrollo y de inclusión social. Estas formas sociales de expresión conviven en un universo simbólico y de intercambios connotado por la concentración económica y geográfica que amenaza la libre creación y circulación de bienes y servicios culturales.
El desafío de las políticas públicas consiste en promover la diversidad cultural y el acceso ciudadano a múltiples y diversas formas expresivas, a una ampliación constante de la libertad de elección, multiplicando estéticas, narrativas y plataformas de producción y distribución de bienes y de servicios culturales. La convergencia tecnológica sustentada en redes digitales capaces de transportar los más diversos contenidos culturales en formatos binarios y en la polivalencia de dispositivos de producción y recepción competentes para permitir el consumo de todo tipo de contenido desde cualquier lugar y a toda hora, exacerba la disputa por el resguardo de los bienes culturales y por la privacidad de las personas, al mismo tiempo que la distribución del valor económico se vuelve cada vez más compleja y se desarrolla en escenarios con actores sociales más difusos que intervienen de manera cada vez menos tradicional. La amplificación de los fenómenos de la globalización asociados con la multiplicación de los accesos a los bienes culturales interpela las formas tradicionales de producir, preservar y hacer asequibles los bienes y servicios de la Cultura. Nunca como ahora las producciones culturales fueron tan abiertas a las múltiples influencias internacionales y las tradiciones culturales tan interpeladas por la otredad. Estas nuevas formas de poner en juego las creatividades locales exigen una revisión de las combinaciones conocidas en las que ni sólo protegerlas y ni sólo fortalecerlas resultan fórmulas apropiadas. La aparente universalización de los accesos no debe opacar las brechas que existen y pueden aun amplificarse sin el advenimiento de formas innovadoras de entrecruzar los incentivos al desarrollo local y los intercambios internacionales.
Las industrias culturales son un sector económico relevante en la economía del país al aportar cerca del 4% del PBI y proveer trabajo a más de 500 mil personas.
La tesis que liga estrechamente el crecimiento económico con un desarrollo humano integral sustentado en la garantía de derechos y libertades políticas, sociales y religiosas, focaliza cada vez mas en las dimensiones culturales como componente vertebrador de sus sustentabilidad. La dimensión cultural tiende a ser preeminente en la medida que el desarrollo debe considerar tanto la formación identitaria que, en esencia compartida, se vuelve singular e irrepetible en sus finalidades y logros humanos, al mismo tiempo que la relación con los otros, en tanto partícipes de colectivos productores de sentido común. En esa línea, la UNESCO propone, al mismo tiempo, la Cultura como un derecho y como protagonista en la construcción de modelos sustentables de desarrollo. Como consecuencia del histórico crecimiento económico de esta década y de políticas de distribución de la renta, grandes sectores de la población diversificaron sus comportamientos de consumo cultural. El derecho a la Cultura es, además de una justa formulación de principio, la reivindicación de un modo de integración social y económica.
En un escenario en el que se complejizan los modos de producción, de puesta en circulación y acceso a los bienes y servicios de la cultura, resaltan los desafíos vinculados a políticas públicas de promoción de pequeños y medianos emprendedores aquejados de invisibilidad a través de los canales tradicionales saturados por la oferta de grandes productores y distribuidores transnacionales. De la misma forma ocurre con los mecanismos de fomento financiero al desarrollo de las producciones comunitarias autogestionadas. Por otra, se evidencia la necesidad de hurgar en nuevas formas de acompasar los cambios de comportamiento social y de consumos culturales con un mayor énfasis en la formación de las competencias de ciudadanía, tanto en lo que respecta a los derechos como a las libertades y a los usos responsables de los contenidos culturales.
En estos campos, especialmente en aquello que atañe a las pequeñas y medianas entidades de producción y distribución, y más aún, a las producciones alternativas y comunitarias de autogestión, las políticas activas del Estado pueden ejercer un papel de compensación, sostenimiento y desarrollo. Posibilitar su independencia de los actores sociales capaces de estructurar y autoregular mercados, por un lado, y facilitar la innovación, por el otro, representan dos factores determinantes para un desarrollo sustentable de las miradas culturales ligadas a la identidad y la autoafirmación de nuestros pueblos.